ARTÍCULO LITERARIO
Ya nadie recuerda lo que es ir a un cine de verano, de esos donde uno se llevaba su propio asiento o un cómodo cojín, donde no faltan las bolsas de pipas y donde más de uno se lleva un bocadillo. Muchas veces la película no es precisamente actual, otras es un clásico del Western y en alguna ocasión uno puede disfrutar de dos films por el precio de uno.
El cine de toda la vida, el de los pueblos no es como el de los americanos, donde uno mete su coche en una explanada y se atiborraba a palomitas de maíz mientras se cumplía en cliché de ver la parejita de turno formada por el jugador de baloncesto y la animadora dándose el lote ¡Qué tópico! En estos cines, uno puede observar al típico grupo de abuelitas haciendo punto, esperando que empiece la película o ver a una familia completa repartiendo bocadillos, sándwiches y demás cosas.
La verdad, es que no se puede decir que sea igual que ir a un cine convencional, pero tiene su encanto. Uno puede estar ahí, sentado y observar ese el cielo estrellado, que en una gran ciudad uno no podría admirar. En un multicine, lo máximo que ve uno del firmamento son las ya conocidas estrellas de cine, o si tiene suerte de asistir a un preestreno y ver de cerca a los protagonistas de la película. Además, en estos cines improvisados uno puede llevarse su propia comida, que mejorar con creces las ya rancias palomitas de un cine, que ve que nadie está dispuesto a comprar el denominado menú de oferta que tiene un precio más que desorbitado.
Ya nadie recuerda lo que es ir a un cine de verano, de esos donde uno tiene libertad de sentarse donde uno quiera, donde no faltan sitios donde colocarse y donde el acomodador está de más. Muchas veces la película está muy vista, otras es nueva y en alguna ocasión puede pasar que se vaya la luz y te quedes sin ver nada, pero lo bueno es que siempre podrás ver ese cielo estrellado y acomodarte en tú silla de mimbre mientras saboreas tú bocata de salchichón.
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